Cuidado con un saludo tan rimbombante como prosopopéyico… y adulador

En tiempos de pasiones disfrazadas con razones (sociales, políticas o económicas), edulcorar el saludo y/o despedida de una carta, de tal forma que se haga explícita la intención de ensalzar al destinatario, pudiera ser la moda, pero no es digno.
Cuidado con un saludo tan rimbombante como prosopopéyico… y adulador

Miren esta: “Reciba un saludo afectuoso, fraternal, de sincero e incuestionable compromiso con un hermano; plagado de lealtad, amor y defensa irreductibles por la encomiable tarea que usted lleva a cabo en favor de su gente, ansiosa por defenderlo siempre y llevarlo en nuestras mentes y corazones hasta la eternidad…”. Falta agregar el santísimo “Amén”. Tanta rimbombancia y/o prosopopeya discursiva no solo pretende y logra edulcorar al destinatario (por lo visto, el principalísimo objetivo de semejante mensaje, ¡sobre todo si es institucional!), sino que, así planteado este (o de alguna forma semejante), pudiera ser visto como una demostración explícita de adulación extrema, lo que resta mucho a la personalidad del remitente. En un oficio institucional bastaría la expresión “Reciba un cordial saludo…” como formalidad para iniciar el mensaje; si es ordinario y lo envías a un hijo (en físico, e-mail o por mensaje de texto), no estaría de más ni de menos el “Dios te bendiga, un abrazo... te quiero mucho”.

            A lo sumo, entrando en saludo o despedida, es costumbre que, a principios de cada año y no más allá de febrero, se inicien o culminen las cartas deseándole al destinatario “...salud, suerte y el logro de sus objetivos personales e institucionales durante el nuevo año”, un detalle de coyuntura que suena más a elemental cortesía que a “otra cosa”, pudiendo repetirlo en época de navidad o fin de año con “Los mejores deseos de paz y felicidad familiar para usted y los suyos...”, todo lo cual recuerda aquello de que “lo cortés no quita lo valiente”.

            En términos coloquiales, y sin caer en el vocabulario escatológico, casado con la coprolalia, ante autores de saludos como el expuesto al inicio, alguien pudiera acudir al refranero popular para decirle: “Jala… pero no te guindes”.

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