
Cobrar una deuda por escrito

Nos referimos al dinero que otorgó el prestamista del barrio o urbanización donde habitamos e incluso la misma acción de parte del banco, quedando de por medio alguna garantía, detalle o requisito que casi ningún prestamista usurero (se justifica y disculpa la redundancia) olvida u omite, ya que es parte clave de su propia sobrevivencia como tal. Pero cualquiera de estas personas o instancias, cuando llega al extremo de tener que elaborar una carta para reclamar el pago de “su” dinero, es porque los ánimos, sonrisas y relaciones ya no son los mismos del primer encuentro entre las partes. Si aterrizamos en un ejemplo y hablamos del banco, la carta tendrá que cumplir con los requisitos formales del papel membretado, fecha, numeración del oficio, remitente (en este caso particular, dados los aspectos legales que se atraviesan, aquel debe ser identificado con su nombre y apellido completos y el número del documento nacional de identidad), más el saludo elemental, solo por básica cortesía, pero lacónico: “Reciba un saludo cordial”.
De inmediato, en el desarrollo de la carta tendrán que recordarse: (1) La inminencia o hecho ya dado sobre el vencimiento del compromiso de pago; (2) Las consecuencias legales de esta situación (lo que ya entraña cierto nivel de “amenaza legal”, por recordatorio de embargo, demandas, etc.); (3) El otorgamiento de un plazo perentorio para cumplir con el banco, so pena de este preservarse la toma de las acciones que más le convengan a sus intereses; (4) La necesidad, por conveniencia, de mantener una buena relación entre las partes (especie de “no te metas conmigo”); y (5) Una despedida tan breve como aquel saludo. En lo que le sea aplicable, el mismo procedimiento vale para el cobro de una adeuda personal. “Bajarse de la mula” (pagar) parece la mejor opción, ¿verdad?
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